TESTI / texts
PABLO NERUDA (1904-1973)
Oda a una mañana del BrasilEsta es una mañana
del Brasil. Vivo adentro
de un violento diamante,
toda la transparencia
de la tierra
se materializó
sobre
mi frente,
apenas si se mueve
la bordada verdura,
el rumoroso cinto
de la selva:
ancha es la claridad, como una nave
del cielo, victoriosa.
Todo crece,
los árboles,
el agua,
los insectos,
el dia.
Todo termina en hoja.
Se unieron
todas
las cigarras
que nacieron, vivieron
y murieron
desde que existe el mundo,
y aquí cantan
en un solo congreso
con voz de miel,
de sal,
de aserradero,
de violin delirante.
Las mariposas
bailan
rápidamente
un
baile
rojo
negro
naranja
verde
azul
blanco
granate
amarillo
violeta
en el aire,
en las flores,
en la nada,
volantes,
sucesivas
y remotas.
Deshabitadas
tierras,
cristal
verde
del mundo,
en alguna
región
un ancho rio
se despeña
en plena soledad,
los saurios cruzan
las aguas pestilentes,
miles de seres lentos
aplastados
por la
ciega espesura
cambian de planta, de agua,
de pantano, de cueva,
y atraviesan el aire
aves abrasadoras.
Un grito, un canto,
un vuelo,
una cascada
cruzan desde una copa
de palmera
hasta
la arboladura
del bambú innumerable.
El mediodia
llega
sosegado,
se extiende
la luz come si hubiera
nacido un nuevo río
que corriera y cantara
llenando el universo:
de pronto
todo
queda
inmóvil,
la tierra, el cielo, el agua
se hicieron transparencia,
el tiempo se detuvo
y todo entró en su caja de diamante.
PABLO NERUDA (1904-1973)
Oda a la flor azulCaminando hacia el mar
en la pradera
- es hoy noviembre -,
todo ha nacido ya,
todo tiene estatura,
ondulación, fragancia.
Hierba a hierba
entenderé la tierra,
paso a paso
hasta la línea loca
del océano.
De pronto una ola
de aire agita y ondula
la cebada salvaje:
salta
el vuelo de un pájaro
desde mis pies, el suelo
lleno de hilos de oro,
de pétalos sin nombre,
brilla de pronto como rosa verde,
se enreda con ortigas que revelan
su coral enemigo,
esbeltos tallos, zarzas
estrelladas,
diferencia infinita
de cada vegetal que me saluda
a veces con un rápido
centelleo de espinas
o con la pulsación de su perfume
fresco, fino y amargo.
Andando a las espumas
del Pacífico
con torpe paso por la baja hierba
de la primavera escondida,
parece
que antes de que la tierra se termine
cien metros antes del más grande océano
todo se hizo delirio,
germinación y canto.
Las minúscolas hierbas
se coronaron de oro,
las plantas de la arena
dieron rayos morados
y a cada pequeña hoja de olvido
llegó una dirección de luna o fuego.
Cerca del mar, andando,
en el mes de noviembre,
entre los matorrales que reciben
luz, fuego y sal marinas,
hallé una flor azul
nacida en la durísima pradera.
¿De dónde, de qué fondo
tu rayo azul extraes?
¿Tu seda temblorosa
debajo de la tierra
se comunica con el mar profundo?
La levanté en mis manos
y la miré como si el mar viviera
en una sola gota,
como si en el combate
de la tierra y las aguas
una flor levantara
un pequeño estandarte
de fuego azul, de paz irresistible,
de indómita pureza.
PABLO NERUDA (1904-1973)
Oda al día inconsecuentePlateado pez
de cola
anaranjada,
día del mar,
cambiaste
en cada hora
de vestido,
la arena
fue celeste,
azul
fue tu corbata,
en una nube
tus pies
eran espuma
y luego
total
fue el vuelo verde
de la lluvia
en los pinos:
una racha de acero
barrió
las esperanzas
del Oeste,
la última o la primera
golondrina
brilló blanca y azul
como un revólver,
como un reloj nocturno
el cielo sólo
conservó un minutero
de platino,
turgente y negro el mar
cubrió su corazón
con terciopelo
mostrando de repente
la nevada sortija
o la encrespada
rosa de su radiante desvarío.
Todo esto
lo miré
inquietamente fijo
en mi ventana
cambiando de zapatos
para ir por la arena
llena de oro
o hundirme en la humedad, entre las hojas
del eucalipto rojo,
corvas como puñales de Corinto,
y no pude
saber
si el Arco Iris,
que como una bandera mexicana
creció hacia Cartagena,
era anuncio
de dulce luz
o torre de tinieblas.
Un fragmento
de nube
como resto volante
de camisa
giraba
en el último umbral
del pánico celeste.
El día
tembló de lado a lado,
un relámpago
corrió como un legarto
entre las vestiduras
de la selva
y de golpe cayó todo el rocío
perdiéndose en el polvo
la diadema salvaje.
Entre las nubes y la tierra
de pronto
el sol
depositó su huevo duro,
blanco, liso, obstinado,
y un gallo verde
y alto
como un pino
cantó, cantó
como si desgranara
todo el maíz del mundo:
un río,
un río rubio
entró por las ventanas
más oscuras
y no la noche, no la tempestuosa
claridad indecisa
se estableció en la tierra,
sino sencillamente
un día más,
un día.
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